Relato Volcán Melimoyu |
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Primera Ascensión Volcán Melimoyu En la XI región, cerca de los poblados Villa Melimoyu y Raúl Marín Balmaceda hacia el mar, y de La Junta por la Carretera Austral, está el Volcán Melimoyu (2400 msnm). Su nombre, de origen mapuche, deriva de meli, cuatro, y moyu, tetas; es decir, cerro con cuatro picachos. Desde el mar, a la entrada del canal Moraleda, casi frente a la isla Melinka, se destaca su mole nevada al fondo de un valle plano colmado de aluviones abiertos hacia el mar, circundado por otros valles suspendidos con grandes cascadas. En el verano de 1999 supimos de este volcán por algunas personas que habían intentado alcanzar su cumbre y nos propusimos lograr la primera ascensión. El equipo estaba formado por Matías Aurtenechea, Manuel Bugueño, Olivers Flores, Kiko Guzmán, Camilo Rada y Juan Antonio Villarroel estudiantes de la Universidad Católica. Aprendimos que la aproximación era bastante complicada y que, por eso, los intentos no habían tenido éxito. Este problema nos afectaba porque somos un grupo de montañistas para nada acostumbrados a realizar aproximaciones como la que tendríamos que hacer. Deberíamos cruzar unos 13 km. abriendo sendero por un denso bosque virgen de la selva austral. Sabíamos que este lugar es uno de los más lluviosos de Chile, con una pluviometría cercana a los 5000 mm. al año. Dividimos el equipo entre lo que necesitaríamos para el bosque: overoles, machetes, sierras, plásticos y hamacas -; el equipo de escalada para roca, nieve y hielo; y la comida para los 25 días que decidimos darnos para el intento. En resumen, mucho peso y volumen que debía pasar por un camino inexistente. Salimos de La Junta el 21 de diciembre bordeando la ribera sur del Palena hasta el kilómetro 46, donde se encuentra el campamento de la empresa encargada de la construcción del camino. Con la ayuda de un GPS, mapa y foto satelital fijamos el punto donde queríamos llegar: en línea recta no superaba los 13 km. Determinamos que la ruta se abriría por el lado este del río Correntoso para luego tomar un segundo río que no se cruza, hasta llegar a un tercer río por el cual avanzaríamos directamente, incluso la mayor parte del tiempo por el agua, hasta los pies del glaciar. Dos abrirían la ruta por el bosque mientras los otros cuatro porteaban el equipo y comida, tarea que nos turnábamos. El 22 de diciembre entramos al bosque por primera vez, pero recién el 24 establecimos nuestro primer campamento ya que todo lo que avanzábamos en un día, que raramente superaba el kilómetro, nos tomaba sólo una hora en regresar. Trabajábamos hasta abrir unos 2 km. y nos trasladábamos. En total montamos cinco campamentos en el bosque. Como no podíamos poner las carpas en ningún lugar, diseñamos un sistema de hamacas con mallas de kiwi para dormir colgados y así evitar el contacto con el suelo anegado por las constantes lluvias. Para no perder la ruta, marcamos los árboles con cintas amarillas que permitían reconocer por dónde avanzaban los que abrían y también ayudaban a regresar sin problemas. Los primeros días el bosque era un renoval de coigües, mañíos, canelos y cipreses, entre otros. Entre los espacios, densos quilantos dificultaban el avance. Cortar las quilas secas no es difícil, pero despejar el área es muy complicado. Más adelante llegamos a un bosque muy bonito, con menos vegetación baja. Pensamos que sería más fácil avanzar, pero la cantidad de troncos caídos, muchos llenos de musgo, obligaba a gatear, agacharse o trepar. Terminábamos bastante agotados. La primera noche que dormimos dentro del bosque fue para Navidad. Lo recuerdo en forma bastante especial. Llovió durante todo el día y la noche. Llovió desde el 23 hasta el 27, día en que logramos llegar hasta el segundo río -por el que seguimos- y confirmar que íbamos bien por la ruta. Creíamos que el clima mejoraba, pero volvió a llover y no paró más hasta el 31 de diciembre, cuando llegamos al tercer río. Fue una semana muy cansadora, con sólo un día sin lluvia; teníamos que abrir camino todo el día, mojados y con sanguijuelas. Al principio, y acordándonos de la película "Cuenta conmigo", las sacábamos con cigarros, encendedores o machetes, pero después sólo nos revisábamos antes de acostarnos. Avanzar por una ruta desconocida y complicada costaba mucho. En la noche de Año Nuevo nos encontrábamos en el tercer campamento y ya habíamos abierto camino hasta el tercer río, donde levantamos el campamento 4. A las 23:30 Camilo nos despertó y esperamos hasta las doce. A diferencia de la Navidad, no teníamos nada especial para comer; sino tan sólo un fuerte y caluroso abrazo de amigos. Los primeros días de enero fueron muy bonitos. Como ya habíamos llegado al tercer río, más pequeño, podíamos caminar por el agua. Creíamos que sería más fácil; pero no, en muchas partes se encajonaba o había cascadas de unos 6 a 12 metros que nos obligaban a volver al bosque. Debíamos escalar para remontar el bosque y en algunas partes subimos el equipo y mochilas con cuerdas y poleas. Desde el 2 de enero avanzamos por este río y sus riberas hasta que el 7 -cuando nos quedaba una semana para intentar la cumbre y bajar- logramos llegar al glaciar. Desde ese día estuvimos en nuestro campamento sin poder hacer absolutamente nada, con lluvia constante. No podíamos subir, ni siquiera veíamos la cumbre. El 11 de enero salimos a caminar para establecer una posible ruta al glaciar. Partimos con una lluvia suave; bajamos al río y lo seguimos hasta que desaparece debajo de grandes lenguas de hielo. Escalamos unas rocas hasta llegar al glaciar, donde nos encordamos y comenzamos a caminar por el hielo. Poco a poco fuimos ganando altura y el clima empezó a mejorar. A las 18:00 bajamos. Estaba nublado pero sin lluvia y todo parecía decir que el clima mejoraría. Dejamos una huella bien marcada para que el día siguiente fuera menos pesado el ascenso: sería nuestro primer y último día para intentar la cumbre. Nos despertamos a las 2:00 AM con la intención de salir a las cuatro, pero para variar estaba lloviendo. Esperamos hasta las 8:00 AM y finalmente decidimos partir. Seguía lloviendo, pero era nuestro último día. Nos montamos directamente por el glaciar. Avanzamos rápido hasta que se comenzó a despejar. El sol nos obligaba a parar para tomar agua, colocarnos bloqueador y desabrigarnos un poco. Luego se volvía a cubrir con nubes. Esta vez nos encontramos cerca en una grieta que no podíamos cruzar. Como estaba nublado, no veíamos por dónde seguir; decidimos bajar un poco y buscar otra ruta. Esta sería escalando uno de los picachos más pequeños para tomar un filo que, según lo que veíamos, nos dejaba en la base del picacho principal. Estábamos escalando cuando nuevamente se despejó y nos dimos cuenta de dos cosas: 1º, podíamos cruzar la grieta grande por un pequeño puente que no habíamos visto por las densas nubes que nos cubrían y 2º, teníamos que bajar rápidamente ya que era peligroso estar ahí. Al salir el sol la nieve se empezó a derretir y a desplazar piedras y rocas. A las 18:00 horas, completamente despejado, debíamos decidir entre dos posible rutas hasta la cumbre. Comenzamos la escalada en forma silenciosa ya que caía bastante material. Al principio, con nieve, no era complicado, pero más arriba nos dimos cuenta que las piedras eran unas rocas arcillosas que con la humedad del ambiente se desprendían fácilmente. No teníamos dónde colocar un seguro y el lugar era peligroso. Estábamos a unos 30 m. de la cumbre y había una roca muy peligrosa para ser escalada. Eran cerca de las 20:00 horas cuando decidimos no seguir. Todo el esfuerzo de los 25 días quedó relatado en un pequeño testimonio señalando que habíamos equivocado la ruta. Montamos los rapeles e iniciamos el descenso hasta la base del picacho. Terminamos de rapelear a las 22:00. Comenzaba a oscurecer, fundimos nieve para tomar jugo caliente. A las 3:00 AM decidimos no seguir descendiendo, el glaciar comenzaba a quebrarse por lo que estaba lleno de grietas abiertas. Con luz de día no es problema caminar, pero de noche y con el cansancio habría sido muy peligroso. Colocamos las mochilas sobre el hielo y, con los cascos como almohada, nos acostamos sobre ellas. Dormimos hasta las 6:30 AM, hora en que salió el sol. Amaneció sin ninguna nube sobre el cielo y nos teníamos que ir. Mientras ordenábamos las cosas se gestó la idea de hacer un nuevo intento. Camilo insistió en lo mucho que nos había costado llegar hasta ahí como para irse sin la cumbre. Juntamos toda la comida y logramos ver que quedaba justo para tres personas. Conversamos y decidimos que Manuel, Matías y Camilo partirían nuevamente hacia la cumbre, mientras Toto, Oliver y yo tendríamos que salir del bosque. Para este nuevo intento decidimos que el campamento se trasladara al lugar donde habíamos vivaqueado la noche anterior. Matías : "El día estaba espectacular, a lo lejos se veía el Nevado Llantenes y más al norte, el Corcovado. A las 13:00 nuevamente nos encontrábamos en la base del picacho. La ruta esta vez era más técnica al principio; tuvimos que equipar todo un largo de cuerda, en lo único que parecía ser roca. El resto era una mezcla de roca volcánica, barro y arcilla. La escalada, no tan técnica, era peligrosa debido al mal estado de la roca expuesta. Estaba jumareando cuando sentí un fuerte ruido, apenas alcancé a moverme y pasó una roca sobre mí, segundos antes había caído por mi cuerda dejándola inutilizable. Tuvimos que seguir sólo con una cuerda. La última parte era una roca con barro congelado. Esto nos dio más seguridad, con los crampones y piolets simulamos una escalada en hielo, que en realidad fue en barro. A las 19:00 estábamos a metros de la cima. Fijamos una reunión y llegamos finalmente a la tan ansiada cumbre de Melimoyu después de 26 días de trabajo y espera. La vista es alucinante, logramos ver el mar, el archipiélago de las Guaitecas y el cráter del Volcán cubierto por una gran capa de hielo. También vimos el testimonio de dos días atrás, cuando equivocamos la ruta. Esta vez relatamos en otro, en forma muy resumida, esta primera ascensión .El Melimoyu nos había regalado el mejor día para conocer su cumbre". El 17 de enero nos juntamos todos en la salida del bosque con una tremenda alegría y tranquilidad al ver a nuestros compañeros de regreso. Por Eugenio Guzmán y Matías Aurtenechea |
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